21 de enero de 2016
Padres, hemos estado en estos días con el favor de Dios disfrutando de nosotros mismo y entre nosotros mismos. Hemos trabajado, compartido, reflexionado y rezado. Nuestra reunión se convierte en la vivencia de cada una de nuestras comunidades.
El P. Enrique nos recomienda encarecidamente que seamos sencillos y también agradecidos: “la sencillez que sea una nota característica de nuestra Obra Sacerdotal, que junto a la humildad nos permita siempre ser agradecidos”, que esto se puede traducir en una constante donación a ejemplo de Cristo Jesús hasta convertirse en Eucaristía.
Ahora que vimos un poco de lo que es nuestra historia, nuestro caminar sacerdotal, dijimos: esto es lo que hay, lo que tenemos, y los resultados nos muestran el reflejo de lo que posiblemente somos y vivimos; aspectos muy buenos y otros que posiblemente tengamos que mejorar, Dios nuestro Señor nos conceda esta gracia. Queremos que las cosas vayan mejor porque deseamos que en nuestras comunidades haya sacerdotes cada vez más plenos, llenos de la vida de Dios y enamorados de nuestra carisma propio: somos Operarios del Reino de Cristo. Desde aquí podremos anunciar y extender con eficacia el Reino de Dios.
Si nuestro corazón está rebosante del amor de Dios esto es lo que daremos a los demás, si estamos vacíos daremos solo pena y tristeza sin poder cumplir con lo que nos es propio: la extensión del Reino, “si la sal pierde su sabor entonces no sirve para nada y hay que tirarla a la calle para que la gente la pise” (Mt. 5,13).
Padres, si queremos el bien para nuestra Confraternidad, reflejada en nuestras comunidades, podríamos empezar recordando precisamente lo que venimos diciendo y lo que nos dejó el P. Enrique en el Testamento Espiritual: sencillez y gratitud. Posiblemente esto nos permitiría ver un poco mejor nuestra verdadera identidad sacerdotal y de fraternidad. Posiblemente somos mucho mejor de lo que pensamos y creemos nosotros mismos.
Como hemos escuchado en la Palabra de Dios, pensemos como David y no como Saúl. Con cuánta confianza se lanzó a pelear contra Goliat y lo venció, porque confiaba en el Señor. Su armamento muy primitivo y rudimentario le permitió la victoria porque su fuerza era el Señor; que sea así para nuestras comunidades la sencillez y gratitud. Hermanos sacerdotes, ¿por qué no confiar en que podemos salir adelante? Cristo está en la Confraternidad y queremos que toda la Confraternidad toda esté en Cristo, esto es lo que queremos todos porque sabemos que la nuestro es obra de Dios.
Uno de los momentos que siempre me cautivó y me sigue causando emoción es cuando nos narraron el encuentro del P Enrique, siendo niño de nueve años, con el beato José Luis Sánchez del Río, de unos catorce años; es tan viva que tiene la fuerza de trasladarnos a aquel momento. A mí me hizo preguntar qué fue lo que pasó en aquel cruce de miradas que el P. Enrique desde ese momento quiso ser sacerdote y tuvo la fuerza y toda la confianza en que Dios lo llamaba para un carisma nuevo en bien de los sacerdotes en la Iglesia y somos nosotros, los Operarios del Reino de Cristo. ¡Qué maravilla! Un encuentro tan ordinario y sencillo todo lo que ha creado.
Escuchando el Evangelio nos podemos dar cuenta de una cosa, uno de los verbos que emplean los evangelistas más de una vez para expresar la reacción de Jesús ante el sufrimiento humano, la enfermedad y la injusticia de las gentes con las que se encuentra es “compadecerse”. A Jesús le llega al alma ver sufrir a las personas, aquí hay un detalle del cual nosotros hemos de estar muy atentos. Normalmente Jesús se topó en muchas ocasiones con los fariseos, los escribas, los doctores de la ley y sacerdotes; lo curioso es que éstos no se distinguieron por tener sentimientos similares a los de Jesús. Padres no nos garantiza nada nuestro ministerio y cercanía con el Señor para pensar que es suficiente para tener los mismos sentimientos de Cristo; ni mucho menos la preparación o cualidades que cada uno tenga, recordemos la primera lectura. Lo mismo podría pasarnos en nuestra vida fraterna y comunitaria pensando que todo está garantizado por el echo de vivir en la misma casa, esto no es así. Tenemos qué vivir nuestra identidad sacerdotal alimentándonos constantemente con los medios que ya tenemos y sabemos que son fundamentales e indispensables para nuestra Institución Sacerdotal.
Yo creo que hoy por hoy, si buscamos purificar o quitar algunos vicios y conductas que han mermado el caminar de nuestra Confraternidad, es necesario escuchar su voz, levantarnos y ponernos bajo la mirada compasiva y misericordiosa de Jesús, permitirle que nos cure y purifique. No hagamos caso a las otras miradas, las que constantemente destruyen porque lo suyo es confundir y eliminar, lo único que les importa es el poder y su característica: el controlar. Esto no ha de ser lo propio ni lo que nos identifique, pues no tiene nada que ver con el sacerdocio de Jesucristo. Lo bueno que a estas alturas ya sabemos lo que realmente queremos para nuestra familia sacerdotal, en pocas palabras: dejémonos amor por Dios. Ésta será siempre la mejor medicina para nuestras vidas y para nuestra Confraternidad.
Pidamos al Señor, por mediación de María, la Madre de Dios, por ustedes Directores Locales y Delegados Moderadores de Zona, que Ella cuide y vele nuestros pasos. Que así sea.
Sagrado Corazón de Jesús, perdónanos y sé nuestro Rey. Madre Santísima de Guadalupe, bendice a tus hijos para que venga a nosotros y por medio de nosotros el Reino de tu Hijo. Amén.