Soldado de Cristo Rey

Causó admiración al General la carta de este muchacho y dispuso conocerlo. José Luis llega al campamento de Cotija. El General descubre luego la seriedad, el valor, la juvenil gallardía, la grandeza de corazón de José Luis; y su mirada limpia y profunda de niño héroe lo doblega: «Sí, te acepto entre mis soldados. No llevarás ahora las armas; pero serás el abanderado de mi grupo. Tóma la Bandera de Cristo Rey. Llévala siempre con honor». José Luis emocionado, como quien ha recibido el mejor regalo del Cielo, toma ardientemente entre sus manos la Bandera y estampa en ella un beso con respeto y amor: un beso de abanderado de Cristo Rey.

En el ejército la figura de José Luis se agiganta. Todos lo admiran y lo quieren porque es el soldado que da testimonio de Cristo con su ideal vivido en todo momento. Su carácter, su voluntad, -supuesta la gracia de Dios- lo hizo todo. Fue gran soldado porque quiso. Nada le arredraba. Los grandes sacrificios de campaña sólo lograron robustecer su corazón. Con profunda alegría y ejemplar decisión llevabas su vida militar como un héroe legendario, iluminado por la fama de los siglos. Su vida íntima de dolor, sólo Dios la conoce. Pero las grandes almas no pueden pasar desconocidas por el mundo. ¡Qué bien expresó con su vida de soldado el adagio que lleva una profunda fuerza psicológica: «Querer es poder». José Luis quiso y pudo. Y Dios le tomó la palabra. Y aunque José Luis tenía una voluntad que pudo haberse roto ante las dificultades que llegaron a parecer insuperables, la fuerza de Dios la hizo inquebrantable.

El cinco de febrero de 1928 se libraba duro combate en las cercanías de Cotija. El entusiasta abanderado de Cristo Rey infundía confianza y valor a los cristeros con sus ¡vivas!  y cánticos a Cristo Rey y Santa María de Guadalupe. José Luis iba montado en su caballo que tanto mimaba. El caballo de José Luis también era valiente.

El General Luis Guízar Morfín, jefe de José Luis, era también uno de esos hombres cabales de Cotija. No daba un paso atrás ante las más duras dificultades. José Luis veía en su General al hombre hecho de valentía, de gracia, de fervor cristiano. Lo vio en el combate y aprendió de él a combatir como héroe. Viendo José Luis que a su General le han matado el caballo, se apea al instante del suyo y lo entrega a su jefe con valor y alegría: «Tome mi caballo, General. A Ud. lo necesitamos todos. Yo no hago falta a nadie. Yo sabré cómo arreglármelas»

Ese día José Luis había entregado su corazón a Cristo Rey en un acto de ofrecimiento heroico. Y Cristo cuyo reinado comenzó en la Cruz acepta la oblación generosa de José Luis para colocarlo en la Cruz como comienzo de su gloria.

Esa misma tarde José Luis cae prisionero tras heroica resistencia, y pone al descubierto su corazón de héroe que habrá de arrastrar con su ejemplo a las juventudes esforzadas, y habrá de mostrar a todos los hombres, aun a sus propios verdugos, la fuerza triunfal de su valor humano; pero sobretodo de su espiritualidad genuinamente apostólica: «Todo lo puedo en Aquel que me conforta»

José Luis nunca se buscó a sí mismo. Buscaba a Cristo y lo encontró donde Cristo se define: en la Cruz. Y el soldado de Cristo Rey se abraza a la Cruz porque ahí está Cristo. Bien sabía que la Cruz es el camino de las cumbres. A las excelsitudes por las asperezas y por el camino estrecho y difícil de andar, el Calvario.

Autor entrada: SGCORC