P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC
Si abrimos las páginas del Evangelio nos damos cuenta que Jesucristo eligió a sus discípulos, a los cuales formaría y conferiría a algunos, en virtud de su muerte y resurrección, el don del Espíritu Santo-Potestad-Exousía, para constituirlos en Apóstoles, tan diferentes en caracteres como en condiciones sociales: pescadores, -Pedro, Santiago y Juan-, o como Leví,-Mateo-, recaudador de impuestos. El fondo del asunto estriba en que la salvación funciona de modo histórico, con personajes concretos, agregados a esta misión de los Apóstoles, en virtud de la imposición de las manos, como lo practicaba San Pablo, respecto de Timoteo y Tito. Son los Obispos, por institución divina, sucesores de los Apóstoles, como Pastores de la Iglesia. Los Apóstoles tuvieron cuidado de establecer a sus sucesores de modo jerárquicamente organizado. Así como el Padre envió a su Hijo Jesucristo, envió a sus Apóstoles; los hizo partícipes de su propia consagración y misión, que continúa ininterrumpidamente en la Iglesia hasta el día de hoy. Cada Obispo es individualmente principio y fundamento visible de la unidad en su iglesia particular o diócesis. El Santo Padre, Su Santidad el Papa, posee la autoridad suprema, plena, inmediata y universal. También los Obispos, junto con el Papa y bajo su autoridad, en virtud del Espíritu Santo, son maestros de la fe, pontífices y pastores. Se accede al episcopado por el sacramento del orden en este nivel que solo se puede ejercer en comunión con el Romano Pontífice, en la elección, en la consagración y en su sinodalidad.
Es el Pueblo de Dios quien va formando a sus pastores, según los contextos históricos y la problemática que se vive. No es lo mismo una Iglesia que sale de Palestina al Mundo, de una Iglesia medieval ya establecida y con sus problemas característicos, o una Iglesia de carácter tridentino y preconciliar al Vaticano II, en la cual el episcopado mundial, en Concilio, -hasta ahora cuantitativamente más numeroso de la historia por el número de los asistentes-, a este tipo de cristianismo con carácter cercano a las personas, donde el pastor está próximo a sus fieles, los valora, los invita a que asuman sus responsabilidades de bautizados. El estilo en general, del sacerdote y del obispo latinoamericanos en particular, es de gran cercanía y preocupación de sus fieles. Pero el Papa Francisco, como buen padre y estratega, descubre las limitaciones humanas de la propia fragilidad del obispo, como tenemos todos los humanos. Así abre su corazón con pasión y celo de Pastor Supremo a los Obispos en la Catedral Metropolitana de México. Es un mensaje de principio a fin digno de ser meditado con humildad y gozo. Nos hace una confidencia: mirando los ojos de la Virgen Morenita alcanzo la mirada de la gente quien custodia los deseos y las esperanzas; Ella responde con Ternura de Madre, porque son sus propio hijos. “Lo único capaz de conquistar el corazón de los hombres es la ternura de Dios”, que Ella revela en el Tepeyac, como Rostro Materno de Dios, y con sus entrañas de Madre. En Guadalupe se busca el regazo para los hombres huérfanos y desheredados. Más allá de a historia dolorosa y a veces sangrienta y de incomprensiones es necesario partir de esa necesidad de regazo, que está en la fe y que es capaz de reconciliar el pasado. “Solo en aquel regazo se puede , sin renunciar a la propia identidad, descubrir la profunda verdad de la nueva humanidad, en las cual todos están llamados a ser hijos de Dios”. Invitó a los Obispos a ser de mirada limpia, de alma transparente, de rostro luminoso. Que la niebla de la mundanidad no cubra esa luminosidad. Que eviten corromperse de materialismo y de arreglos por debajo de la mesa. “…en las miradas de ustedes el Pueblo mexicano tiene derecho de encontrar las huellas de quienes han visto al Señor”. El Obispo, tiene que tener entrañas de madre, regazo materno para los jóvenes. Ante el narcotráfico no contentarse con condenas genéricas, sino “realizando un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada red humana”. Involucrando a las comunidades parroquiales, a las escuelas , a las instituciones comunitarias, comunidades políticas, las estructuras de seguridad. Les pidió “una mirada de singular delicadeza con los pueblos indignas, y no pocas veces masacradas culturas”. No se ha reconocido todavía su contribución y la fecundidad de su presencia. Pienso en los fallidos acuerdos de San Andrés Larráinzar: ¿qué pasó con los duchos en derecho y ayunos de la filosofía de la persona, de los dueños de sus tierras y culturas, de otros tiempos? Todo quedó en palabras, fotos, chismes, “asegunes jurídicos”, como si la persona no debería ser el centro del Derecho. Pudo más el Derecho Romano, el Derecho Napoléonico, y tantas leyes en las cuales se tiene que poner el corsé a la medida de los preocupados por la política y la gobernabilidad. Llamada de atención, pues, también para los Obispos. Instó a ser factores de unidad, de favorecer la reconciliación de diferencias e integración de diversidades. Pidió que custodien el corazón de sus sacerdotes. Como un padre de experiencia, invitó a que no los dejen expuestos a la soledad y al abandono. La Iglesia no quiere ni necesita de “príncipes”, sino de testigos del Señor. Los migrantes han de ser una prioridad… “ México y su Iglesia llegarán a tiempo a la cita consigo mismos, con la historia y con Dios”, si se escucha con el corazón el mensaje del Papa. Aquí está la palabra-aliento que sale del corazón del Papa, quien tiene entrañas y mirada de Madre, sobre los hijos para que los Obispos mexicanos asuman sus retos en el contexto histórico que nos toca vivir. Tener regazo de madre¡ Animo! Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros!?El Señor es nuestra luz ,nuestra salvación, nuestra fuerza, nuestro regazo.