Por la misericordia, dueños del tiempo y de la eternidad

El ser humano está enmarcado en la temporalidad; es un ser histórico que hace historia; la historia lo forma o lo deforma. El mismo es la forma de la historia: determina con la moda lo que es y a qué edad y época pertenece. Desde Hegel, la filosofía de la historia se convirtió en ética, como afirma Helmut Kuhn: lo bueno es la moda; lo malo, el pasado. Bajo otro nombre se da la esclavitud del mítico Cronos, del dios del tiempo, cruel que inexorable devora a sus hijos. Se vuelve a la vida pagana del tiempo como dictador inmisericorde, con la ingenuidad del esclavo feliz y de felicidad fugaz, que tiene la vida como un puño de agua que se le escapa irremediablemente. Busca la falacia de eternizarse en el tiempo o de dejarse llevar por el pesimismo de los tiempos malos. El pasado, pesa menos; la tradición, poco se entiende, o no forma parte de la mentalidad del hombre contemporáneo.

Todo fácilmente se guarda en el baúl del olvido. Se nos recuerda al final del año que termina, el elenco de hechos que influyeron en el presente inmediato. Recuentan lo mínimo para quedarse  en la conciencia colectiva, cada vez más frágil y más temerosa del futuro: yijadismo, contaminación ecológica, que pone al borde del abismo a la humanidad, desintegración familiar, hedonismo fugaz y galopante; una humanidad que parece correr hacia el sepulcro. La tiranía del tiempo presente, abierto a lo urgente, olvidado de lo necesario. Pareciera que en la práctica el dicho de Heidegger, tiene su orientación fatídica: el hombre, ser para la muerte. La libertad y el señorío en relación al tiempo, la trae Jesucristo, el Señor de la Historia, el dueño  del tiempo y de la eternidad, el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin. El nos redime como seres temporales para estando en el tiempo bajo su imperio, tengamos tiempo para Dios, para nosotros mismos y para los demás. El tiempo perdido para siempre, es el tiempo centrado en el orgullo del tener para ser más o gozar más, en la barbarie del uso y abuso de los demás: “el rico inconciente es como un animal que perece”, como reza un salmo de la Santa Escritura. Animal que quiere dominar el tiempo y que el tiempo lo termina esclavizando a él.

Iniciamos un año más; el pasado nos deja experiencia para vivir el presente con la esperanza que nos trae el Señor Jesús. No hay tiempos malos; nosotros somos el tiempo, por recordar a San Agustín. La bondad del tiempo depende de nuestra bondad. Más aún, es este al Año de la Misericordia proclamado por el Papa Francisco. Ser el tiempo y dueños del tiempo, nos lleva a experimentar la misericordia de Dios en Cristo, el Rostro de la Misericordia; Él a través de su Corazón traspasado, nos introduce en la intimidad sorprendente y luminosa del amor, para estar abierto al Padre; vivir en el hoy esta eternidad del Padre, porque “con la Encarnación del Verbo, el tiempo ya es una dimensión de Dios”, como sentenciaba San Juan Pablo II y solo se vive si nuestro corazón concretiza la misericordia como orientación de vida, en la convicción de la práctica efectiva de la misericordia, con obras, las siete corporales y las siete espirituales.

Santa María, Madre de Dios, la Mujer, memoria y profecía, presencia y acontecimiento permanente de amor abierto a Dios y a los humanos, la Reina del Tiempo y de la Eternidad. Ella llena la Historia y trasciende la Historia, por haber dicho a Dios por medio de su mensajero Gabriel: hágase en mí según tu palabra y fue dichosa por creer. Que ella nos enseñe y nos comunique su ternura de Madre para respetar, ser amorosos y proteger a nuestros hermanos en el nombre y con la potestad de su Hijo Jesús, abiertos siempre a la misericordia del Padre, que siendo eterna, la hacemos presente en el tiempo,  el ahora de Dios y nuestro hoy.

P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.

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