Santiago de Querétaro, Qro., 1º de marzo de 2016
Año Jubilar de la Misericordia
Estimados hermanos sacerdotes Operarios del Reino de Cristo,
queridos seminaristas,
1. Con alegría me complace poder celebrar esta santa Misa con ustedes, en el contexto de su reunión sacerdotal y poder tener este momento en el camino cuaresmal para reflexionar en la llamada a la conversión que la Palabra de Dios nos hace durante estos días. Lo hacemos, además, inmersos en el contexto del Año jubilar por los 50 años de la fundación de la Confraternidad y el Año Jubilar Extraordinario de la Misericordia; dos acontecimientos de gran importancia para la vida de la Confraternidad, pues sin duda que son la oportunidad que Dios nos da para volver la mirada a la esencia del Evangelio y descubrir aquello que de manera personal y comunitaria, necesitamos re-formar para hacer de la Confraternidad de los Operarios del Reino de Cristo, una ‘verdadera comunidad de discípulos misioneros’, cuyo objetivo principal sea estar con Jesús y después ‘salir’ para anunciar a los demás la propia experiencia del amor. “Corriendo la misma suerte que Jesús y haciéndose cargo de su misión de hacer nuevas todas las cosas” (DA, 131).
Conversión pastoral
2. En este sentido es necesario que con una actitud humilde y serena asumamos la ‘conversión pastoral’ como el camino que Dios nos frece para la renovación personal y de la Confraternidad. Esta firme convicción evangélica debe impregnar todas las estructuras que nos rodean y en las cuales diariamente nos movemos. Sea a nivel personal que institucional. “Ninguna comunidad debe excusarse de entrar decididamente, con todas sus fuerzas, en los procesos constantes de renovación misionera, y de abandonar las estructuras caducas que ya no favorezcan la transmisión de la fe” (DA, 365). “Esta conversión implica creer en la Buena Nueva, creer en Jesucristo portador del Reino de Dios, en su irrupción en el mundo, en su presencia victoriosa sobre el mal; creer en la asistencia y conducción del Espíritu Santo; creer en la Iglesia, Cuerpo de Cristo y prolongadora del dinamismo de la Encarnación” (Francisco, Mensaje al comité de coordinación del CELAM, 28 de julio de 2013).
3. En este sentido, es necesario, que nos planteemos interrogantes al respecto de nuestro modo de vivir, pensar y actuar como miembros de la Confraternidad, sea a nivel de gobierno como a nivel de fraternidad.
a) ¿Cuál es la identidad propia de la Confraternidad de los Operarios del Reino de Cristo? ¿Qué distingue a la Confraternidad de las demás comunidades y formas de vida evangélica?
b) ¿Cuáles son los pilares que sostienen la identidad de quien decide asumir el carisma de la Confraternidad? ¿Cuál es el lugar de la vida común en la experiencia sacerdotal?
c) ¿Cuál es la fuente que alimenta el ser y quehacer de quien vive y se consagra como Operario del Reino de Cristo?
d) Si bien es cierto que no se es religioso, sin embargo, como miembro de una Sociedad de Vida Apostólica ¿Cuál es mi actitud ante la vivencia de los consejos evangélicos?
e) En el ejercicio del ministerio confiado ¿vivo con alegría el hecho de saber que mi vida se debe sin reserva a los demás, espacialmente a los más pobres? O más bien, ¿vivo la frustración de no poder estar instalado en la comodidad de una vida estática y sin salida misionera?
f) Ante la realidad que se vive ¿soy capaz de iluminar el entorno, siendo profeta que testimonia con la propia vida o más bien soy profeta que confunde?
4. Como se puede apreciar aquí están en juego actitudes. La Conversión Pastoral atañe principalmente a las actitudes y a una reforma de vida. Los obispos en Aparecida hemos dicho que “La conversión de los pastores nos lleva también a vivir y promover una espiritualidad de comunión y participación, proponiéndola como principio educativo en todos los lugares donde se forma el hombre y el cristiano, donde se educan los ministros del altar, las personas consagradas y los agentes pastorales, donde se construyen las familias y las comunidades”. La conversión pastoral requiere que las comunidades eclesiales sean comunidades de discípulos misioneros en torno a Jesucristo Maestro y Pastor (DA, 368).
Vida comunitaria
5. Encontramos el modelo paradigmático de esta renovación comunitaria en las primitivas comunidades cristianas que supieron ir buscando nuevas formas para evangelizar de acuerdo con las culturas y las circunstancias: “Todos se reunían asiduamente para escuchar la enseñanza de los Apóstoles y participar en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones. Todos los creyentes se mantenían unidos y ponían lo suyo en común: vendían sus propiedades y sus bienes, y distribuían el dinero entre ellos, según las necesidades de cada uno. Íntimamente unidos, frecuentaban a diario el Templo, partían el pan en sus casas, y comían juntos con alegría y sencillez de corazón; ellos alababan a Dios y eran queridos por todo el pueblo” (cf. Hch 2, 42-47).
6. En este texto de los hecho de los apóstoles vemos los rasgos esenciales de la comunidad: es importante que no vivamos aislados en alguna parte, sino que convivamos en pequeñas comunidades, que nos sostengamos mutuamente y que, de ese modo, experimentemos la unión en nuestro servicio por Cristo y en nuestra renuncia por el reino de los cielos, y tomemos conciencia siempre de nuevo de ello. Tenemos ante nuestros ojos las urgencias de este momento. Pienso, por ejemplo, en la carencia de sacerdotes. La vida común no es, ante todo, una estrategia para responder a estas necesidades. Tampoco es, de por sí, sólo una forma de ayuda frente a la soledad y a la debilidad del hombre. Ciertamente, todo esto puede existir, pero sólo si se concibe y se vive la vida fraterna como camino para sumergirse en la realidad de la comunión. De hecho, la vida común es expresión del don de Cristo que es la Iglesia, y está prefigurada en la comunidad apostólica, que dio lugar a los presbíteros. De hecho, ningún sacerdote administra algo que le es propio, sino que participa con los demás hermanos en un don sacramental que viene directamente de Jesús.
7. La vida común expresa una ayuda que Cristo da a nuestra existencia, llamándonos, a través de la presencia de los hermanos, a una configuración cada vez más profunda a su persona. Vivir con otros significa aceptar la necesidad de la propia continua conversión y sobre todo descubrir la belleza de ese camino, la alegría de la humildad, de la penitencia, pero también de la conversación, del perdón recíproco, del mutuo apoyo. Con tanta razón anta el salmista: “¡Qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos” (Sal 133, 1).
8. Nadie puede asumir la fuerza regeneradora de la vida común sin la oración, sin mirar a la experiencia y a las enseñanzas de los apóstoles, en particular modo de los Padres de la Iglesia, sin una vida sacramental vivida con fidelidad. Si no se entra en el diálogo eterno que el Hijo mantiene con el Padre en el Espíritu Santo no es posible ninguna vida común auténtica. Hay que estar con Jesús para poder estar con los demás. Este es el corazón de la misión.
9. En este sentido se entiende que “El presbiterio es el lugar privilegiado en donde el sacerdote debiera poder encontrar los medios específicos de santificación y de evangelización; allí mismo debiera ser ayudado a superar los límites y debilidades propios de la naturaleza humana, especialmente aquellos problemas que hoy día se sienten con particular intensidad” (Directorio General para la vida y ministerio de los presbíteros, 36). La capacidad de cultivar y vivir maduras y profundas amistades sacerdotales se revela fuente de serenidad y de alegría en el ejercicio del ministerio; las amistades verdaderas son ayuda decisiva en las dificultades y, a la vez, ayuda preciosa para incrementar la caridad pastoral, que el presbítero debe ejercitar de modo particular con aquellos hermanos en el sacerdocio, que se encuentren necesitados de comprensión, ayuda y apoyo. Como nos ha pedido el santo Padre a los obispos: “luchemos por los sacerdotes que están “expuestos a la soledad y al abandono, y son presa de la mundanidad que devora el corazón” (cf. Francisco, discurso a los obispos mexicanos en su visita a México, catedral metropolitana de la Ciudad de México, 13 de febrero de 2016).
10. Es en la vida comunitaria donde debemos aprender a purificarnos de aquello que nos impida ser auténticos, transparentes y libres. Hoy el evangelio nos da la pauta: la corrección fraterna. Aprendamos desde el evangelio a corregirnos, sea a nivel personal que comunitario. Aprendamos a solucionar las dificultades de la vida con madurez y con transparencia, sin chismes y sin golpes bajos que lejos de ayudarnos nos ahogan y nos hunden en hipocresía, en el rencor y en la mentira. “No pierdan, entonces, tiempo y energías en las cosas secundarias, en las habladurías e intrigas, en los vanos proyectos de carrera, en los vacíos planes de hegemonía, en los infecundos clubs de intereses o de consorterías. No se dejen arrastrar por las murmuraciones y las maledicencias” (cf. Francisco, Discurso a los obispos mexicanos en su visita a México, catedral metropolitana de la Ciudad de México, 13 de febrero de 2016).
Estar con Cristo y con los hermanos en la oración
11. En la compañía de Cristo y de los hermanos cada sacerdote puede encontrar las energías necesarias para hacerse cargo de los hombres, para hacerse cargo de las necesidades espirituales y materiales que encuentra, para enseñar con palabras siempre nuevas, dictadas por el amor, las verdades eternas de la fe de las que tienen sed también nuestros contemporáneos.
12. Por lo tanto, es necesario que organicemos la vida de oración de modo que incluyamos: la celebración diaria de la eucaristía con una adecuada preparación y acción de gracias; la confesión frecuente y la dirección espiritual; la celebración íntegra y fervorosa de la liturgia de las horas, obligación cotidiana; el examen de conciencia; la oración mental propiamente dicha; la lectio divina; Los ratos prolongados de silencio y de diálogo, sobre todo, en ejercicios y retiros espirituales periódicos; las preciosas expresiones de devoción mariana como el Rosario; el Vía Crucis y otros ejercicios piadosos; la provechosa lectura hagiográfica.
13. Aprovechemos a los hermanos para orar juntos, busquemos a los hermanos para confesarnos y enfrentar los desafíos que la vida nos va poniendo. Venzamos —como ha dicho el Papa Francisco— la tentación de la resignación: “Una resignación que nos paraliza, una resignación que nos impide no sólo caminar, sino también hacer camino; una resignación que no sólo nos atemoriza, sino que nos atrinchera en nuestras «sacristías» y aparentes seguridades; una resignación que no sólo nos impide anunciar, sino que nos impide alabar, nos quita la alegría, el gozo de la alabanza. Una resignación que no sólo nos impide proyectar, sino que nos frena para arriesgar y transformar” (Francisco, Homilía a sacerdotes, consagrados y consagradas, seminaristas, Morelia, 16 de febrero de 2016).
Espíritu sacerdotal de pobreza
14. Ante los embates de la secularización es fundamental que cada uno afiancemos una sólida espiritualidad que se distinga por la pobreza de espíritu y que se vea reflejada en el estilo de vida, teniendo como modelo a Jesucristo, quien siendo rico, se hizo pobre por nosotros, para enriquecernos por medio de su pobreza (cf. 2 Cor 8, 9). Pues pr el contrario “difícilmente el sacerdote podrá ser verdadero servidor y ministro de sus hermanos si está excesivamente preocupado por su comodidad y por un bienestar excesivo” (cf. Directorio general para la vida y ministerio de los presbíteros, 83). Necesitamos convencernos que nuestra herencia es el Señor (cf. Núm 18, 20), y que nuestra misión — como la de la Iglesia — se desarrolla en medio del mundo. Es necesario ser conscientes de que los bienes creados son necesarios para el desarrollo personal del hombre. Sin embargo, los hemos de usar con sentido de responsabilidad, recta intención, moderación y desprendimiento: todo esto porque sabemos que tenemos nuestro tesoro en los Cielos; es importante ser conscientes, en fin, de que todo debe ser usado para la edificación del Reino de Dios, y por ello hemos de abstenernos de actividades lucrativas impropias a nuestro ministerio (Lc 10, 7; Mt 10, 9-10; 1 Cor 9, 14; 1 Gal 6, 6). Es muy fácil olvidarnos que los bienes que tenemos a nuestra disposición no son nuestros, son para uso y servicio del Reino de Dios, por lo tanto se nos exige la honestidad y la transparencia. El santo Padre a los sacerdotes y religiosos de Nápoles le dijo en alguna ocasión: “El espíritu de pobreza, sin embargo, no es espíritu de miseria. Un sacerdote, que no hizo voto de pobreza, puede tener sus ahorros, pero de una forma honesta y también razonable. Pero cuando tiene codicia y se mete en negocios… Cuántos escándalos en la Iglesia y cuánta falta de libertad por el dinero” (Francisco, Discurso a los sacerdotes, religiosos y seminaristas de la diócesis de Nápoles, 21 de marzo de 2015).
15. Que no nos de miedo ser pobres y trabajar con los pobres. Que triste sería que como Confraternidad nos identificaran con un cierto grupo social. Soy concite que necesitamos atender también a los ricos, pero que no sea este el único afán de nuestros trabajos y la única razón de nuestros desvelos. Necesitamos también ser amigos de los pobres a quienes reservaremos las más delicadas atenciones de nuestra caridad pastoral.
Misión Permanente
16. Finalmente, queridos hermanos sacerdotes, permítanme un último comentario, en el nombre de la Confraternidad se dibuja ya el programa de vida para cada uno de ustedes. “Operarios del Reino de Cristo” significa que su razón de ser corresponde a la razón de ser de Cristo, es decir, su vida y su gloria es trabajar por el Reino que no es de ustedes sino de Cristo. Somos operarios, no funcionarios ni asalariados (Jn 10). Redescubrir esto será fundamental en la vida y en el futuro de la confraternidad. ¿Qué significa para un sacerdote operario del Reino de Cristo servir al rebaño de Dios? Pienso que significa realizar la pastoral de la esperanza, cuidando las ovejas que están en el redil, pero también yendo, saliendo en la búsqueda de cuantos esperan la Buena Noticia y no saben hallar o reencontrar solos el camino que conduce a Jesús. Encontrar a la gente allí donde vive, incluso aquella parte del rebaño que está fuera del redil, lejos, en ocasiones sin conocer aún a Jesucristo. Cuidar la formación de los católicos en la fe y en la vida cristiana. Animar los fieles laicos a ser protagonistas de la misión evangelizadora de la Iglesia. Por tanto, los exhorto a formar comunidades católicas abiertas y “en salida”, capaces de acogida y de encuentro, y que den testimonio con valentía del Evangelio.
17. Termino con un trozo del discurso que el santo Padre nos ha dicho a los obispos y que considero puede ser muy iluminador para ustedes en este momento: No se necesitan «príncipes», sino una comunidad de testigos del Señor. Cristo es la única luz; es el manantial de agua viva; de su respiro sale el Espíritu, que despliega las velas de la barca eclesial. En Cristo glorificado, que la gente de este pueblo ama honrar como Rey, enciendan juntos la luz, cólmense de su presencia que no se extingue; respiren a pleno pulmón el aire bueno de su Espíritu. Toca a ustedes sembrar a Cristo sobre el territorio, tener encendida su luz humilde que clarifica sin ofuscar, asegurar que en sus aguas se colme la sed de su gente; extender las velas para que sea el soplo del Espíritu quien las despliegue y no encalle la barca de la Iglesia en México”. Una misión fundada en la oración, por ello el Papa nos ha dicho consagrados: “«Dime cómo rezas y te diré cómo vives, dime cómo vives y te diré cómo rezas», porque mostrándome cómo rezas, aprenderé a descubrir el Dios que vives y, mostrándome cómo vives, aprenderé a creer en el Dios al que rezas»; porque nuestra vida habla de la oración y la oración habla de nuestra vida” (Francisco, Homilía en la Santa Misa con Sacerdotes, religiosos, religiosas, consagrados Y seminaristas, 16 de febrero de 2016).
18. Que estas y otras experiencias sirvan para que todos juntos nos sumemos a la causa de Cristo sin reserva y con alegría,
19. Que la maternal intercesión de Nuestra Señora de Guadalupe, nos anime para seguir dando nuestra vida con generosidad y valentía amén.
+ Faustino Armendáriz Jiménez
Obispo de Querétaro