Pbro. José Reyes Cedillo ORC
El P. Enrique Amezcua Medina Fundador de nuestra Confraternidad de Operarios del Reino de Cristo fue un hombre de Dios. Fue un sacerdote entregado viviendo su ministerio sacerdotal con intensidad, con un gran espíritu de trabajo y de servicio a la Iglesia.
El P. Enrique Amezcua Medina se dejó guiar por el Espíritu Santo. Por ello la Espiritualidad que él vivió era una espiritualidad Eclesial, que quedó plasmada en el testamento espiritual, en las constituciones CORC, el oracional Rio de Luz y en todos sus escritos. Estos documentos son la columna vertebral de la Espiritualidad de Operarios del Reino de Cristo, que al final es la espiritualidad de la Iglesia.
Sin embargo él fue viviendo esta espiritualidad Católica de varias formas, en su oración personal, en la vivencia de sacramentos, y especialmente el de la Santa Misa. También en conversaciones personales, homilías, consejos, etc. Así los seminaristas y sacerdotes Operarios lo fuimos aprendiendo de él.
El Primer lugar donde él aprendió y puso en práctica toda esta devoción fue como seminarista y como sacerdote, en el seminario de Tacámbaro. Siempre manifestó su amor a Cristo Rey, a la Virgen María, especialmente en su advocación de GUADALUPE y también la devoción a San José.
Uno de los mayores tesoros es el ejemplo que él nos dejó de su amor y devoción a San José. Fue en sus proyectos y fundaciones en la confraternidad, donde expresamente manifestó su confianza y amor a San José.
Cuando fundó la Confraternidad en 1963 en la Basílica de Nuestra Señora de Guadalupe tenía presente la imagen de San José, lo mismo pasó en el primer seminario en Tulpetlac. También en el seminario de Salvatierra estaba presente la imagen de San José. El P. Enrique nos enseñó a tener amor a San José. También tenía otras devociones como a los Santo Ángeles, a los Apósteles a San Juan María Vianey, San Martin de Porres, Santa Rustica, San Bernardo y otros Santos, como lo atestiguan los primeros oracionales en Salvatierra. Pero su devoción a San José tenía un lugar especial.
Aunque él no haya escrito un libro sobre San José, creo que el mayor ejemplo que él nos dejó de su amor y devoción a San José fue el ejemplo de confianza y amor que le tenía para iniciar un proyecto, una fundación, etc. Yo recuerdo en el Seminario de Salvatierra en el comedor había una estatua de San José y el niño. Muchas veces en las meditaciones que él nos daba por la mañana, nos hablaba de San José y como imitarlo en la responsabilidad que tuvo para educar al niño Jesús.
Creo que esta devoción a San José la aprendió de algunos Santos que él conocía, especialmente de Santa Teresa de Ávila, pues es sabido que la Santa llevaba la imagen de San José en sus fundaciones, incluso la primera fundación que ella hizo fue el convento de San José en Ávila. El aprendió de Santa Teresa a encomendar a San José todas sus fundaciones. Yo recuerdo que teníamos esa imagen, una estatua de San José con el niño Jesús y era muy común para nosotros como seminaristas ver esa imagen y nos inspiraba devoción. El Padre Enrique manifestaba su devoción a San José y quería que la aprendiéramos.
Cuantas veces encomendó a San José sus proyectos, la compra de algún terreno o alguna casa o algún bien en beneficio de la obra siempre nos decía: “Lo ponemos en manos de San José, para que si él quiere él nos dará los medios”.
En Salvatierra recuerdo también está un cuadro de San José con la frase de Santa Teresa: “Así como en la tierra el niño Jesús fue obediente a san José, así ahora en el cielo lo que le pida San José se lo concederá”. En este gesto vemos una vez más la devoción y amor a San José por parte del el P. Enrique.
Cuando se hizo la fundación del Seminario del Sagrado Corazón en Querétaro, en la primera capilla de la colonia Jardines estaba la estatua del Sagrado Corazón de Jesús, un cuadro de la Virgen de Guadalupe y también la estatua de San José. Expresión de sus principales devociones.
Otro de los recuerdos que tengo cuando el P. Enrique compró la casa de San Juan Hueyapan, Hidalgo, hizo todos los esfuerzos y pidió a un grupo de seminaristas para que llevaran la estatua de San José, tal y como sucedió en el seminario de Salvatierra.
Creo que él P. Enrique hoy nos enseña a varios años de su muerte, que uno de los mayores tesoros de nuestra espiritualidad es el amor y devoción a San José. Nos pide hoy como Operarios del Reino de Cristo que emitimos las virtudes de San José, prudencia, humildad, sencillez y responsabilidad, que le confiemos nuestros proyectos o nuestras necesidades y por su intercesión el nos concedería lo que le pedimos.
En resumen yo puedo dar testimonio de lo que recuerdo:
Que el P. Enrique fue un hombre de Dios, amante de la Virgen María, especialmente Nuestra Señora de Guadalupe por quien entrego toda su vida, pero también un gran devoto de San José, como patrono de la Iglesia Universal y solicito protector de la Confraternidad y por tanto es un ejemplo que nos dio y que debemos continuar.