La formación de la conciencia en el itinerario al sacerdocio

La formación de la conciencia en el itinerario al sacerdocio

En el camino al sacerdocio y en una sana formación integral e integradora de los seminaristas, futuros sacerdotes, la formación de la conciencia ocupa un lugar central, que, dada su importancia no se puede relegar a una materia de estudio dentro del currículo académico en un periodo, sino que ha de abarcarse en cada una de las etapas de la formación, prácticamente desde la promoción vocacional.

La formación de la conciencia incluirá al menos tres aspectos fundamentales. El primero es que cada seminarista sea capaz de interiorizar, capacidad de ir a lo profundo de su propio ser para conocerse interiormente, dialogar con sí mismo, descubrir su identidad y una correcta y adecuada estima de sí (que incluye tres componentes: el cognitivo, el afectivo y el conductual) es decir, que sea capaz de conocer su presente, sus cualidades, defectos, virtudes, posibles vicios; la influencia de su historia familiar, la influencia normal que ha ejercido el lugar de donde es, la educación que ha recibido y, por supuesto la presencia de Dios en su persona e historia; porque cada persona humana tiene necesidad de un sentido, al menos individual, de identidad, so pena de locura, o de desorganización interior, o de regresión. Hay que encontrar una identidad válida y auténtica para poder vivir como verdadera persona.

in embargo, este camino interior, lejos de ser una pura egoísta y aislada interioridad, como entrar en el reino de la subjetividad, en una célula secreta donde solo se hace eco a las voces del propio sujeto, sin ninguna intervención de otro género, nos reenvía más bien  a un campo mucho más amplio y más auténticamente personal, es decir, recibir la voz de un interlocutor interno (que normalmente llamamos voz de la conciencia) que lo abre a otra información y descubrir mucho de nuevo.

Cuando hablamos de los desafíos de la sociedad postmoderna, y de los jóvenes que llegan a nuestros seminarios, vemos como un reto hacerles ver las dificultades para interiorizar, para ir dentro, ya que el influjo de los mass media, la publicidad, el ritmo a veces desenfrenado de la vida, el consumismo, etc., parecen impedir realizar esta labor, pensando que es aburrido, que es muy difícil, que no es necesario o a veces se tiene temor porque ya hay una falsa o negativa imagen de sí mismo. Es importante recalcar que solo con la capacidad de interiorizar la persona se concreta en la necesidad de ser él mismo, de ser el protagonista de la propia vida, con un determinado rostro, con un determinado rumbo, con un determinado fundamento y estabilidad personal.

El segundo aspecto es la formación de la conciencia que normalmente llamamos la conciencia moral, como nos lo enseña la Iglesia en el Catecismo “La educación de la conciencia es una tarea de toda la vida. Desde los primeros años despierta al niño al conocimiento y la práctica de la ley interior reconocida por la conciencia moral. Una educación prudente enseña la virtud; preserva o sana del miedo, del egoísmo y del orgullo, de los insanos sentimientos de culpabilidad y de los movimientos de complacencia, nacidos de la debilidad y de las faltas humanas. La educación de la conciencia garantiza la libertad y engendra la paz del corazón. (CIC 1784). Para esto la formación ha de presentar los medios necesarios para que el candidato al sacerdocio forme una conciencia limpia, recta, formada en la escuela de Cristo, cuidando de no caer solo en una formación pasiva, donde el ser formado prevalece sobre el de verdad formarse, sin que los elementos propios de la interioridad toquen la vida en el aspecto central de la conciencia y queden solo en plano intelectual o cultural (como si se tratara de una tradición y costumbre de la Iglesia nada más). La formación de la conciencia moral exige mucho más que dar buenos consejos a los formandos o ponerles ejemplos de vidas virtuosas, ha de conducir a un plan más bíblico y eclesial, descubriendo y a la vez viviendo e interiorizando los valores del Reino, siguiendo el ejemplo de Cristo y la riqueza de la Iglesia en su doctrina y tradición.

El tercer aspecto es no solo la capacidad hacer el examen de conciencia, con los instrumentos que la Iglesia nos recomienda -y que la Confraternidad ha hecho propios en la oración previa a dormir (examinando los deberes para con Dios, los deberes para con los hermanos y los deberes para con uno mismo) o en el examen de conciencia previo a la confesión sacramental, donde se busca, bajo la mirada misericordiosa de Dios los fallos, los pecados o las faltas de amor cometidas, sino también, y es de capital importancia ser capaces de saber examinar la propia conciencia, para que sea una guía y una luz objetiva que percibe y reconoce la prescripciones de la ley divina (CIC 1778) evitando los peligros de examinarse con una conciencia mal formada: conciencia adormentada, poco delicada, domesticada (cómoda), falsa, escrupulosa, laxa, farisaica, errónea, dudosa, etc.; esto, sin duda, será un aspecto que exige largos ratos de meditación ante el Señor, exige apertura y sincero diálogo con los formadores en sus respectivas áreas de formación, exige un ambiente de confianza mutua entre formandos y formadores.

Dentro de la formación de la conciencia, aún fuera de la estrictamente dirección espiritual, el seminarista puede implicar aspectos compartidos con el formador para ser guiado, educado o corregido y que el futuro sacerdote, formada bien su conciencia, sea después un auténtico guía de conciencias.

Pbro. Lic. Francisco Javier Varela Delgadillo, CORC

Catecismo de la Iglesia católica, Ciudad del Vaticano.

AMEZCUA MEDINA, E., Río de Luz, oraciones de ayer, de hoy y de siempre.

  1. SEBASTIAN, Pienamente in Cristo.
  2. SOVERINGO, Proyecto de vida.

Autor entrada: SGCORC