Diez de febrero de 1928. Es de noche. José Luis el fuerte, el entusiasta, no puede caminar. Le han desollado las plantas de los pies; pero el amor a Cristo lo hace caminar. Allá lo llevan camino del camposanto de su tierra natal. Desgrana con sus manos el rosario de cuentas gastadas. No puede olvidar a su Madre Santísima a quien ama entrañablemente y recurre a Ella en los momentos más duros y solemnes de su vida.
En el camposanto han abierto una fosa que no llevará nombre. Ya junto a la fosa que José Luis contempla con valor de héroe, le incitan de nuevo a volver las espaldas al Rey. Les interesaba mucho que aquel jovenzuelo, casi niño, no pasara a la Historia. Pero Dios lo asiste hasta el último momento. Dios no se deja ganar en generosidad. Si José Luis era valiente y buen soldado, Cristo será su incomparable General.
José Luis besando el rosario responde con nuevas alabanzas a Cristo Rey y Santa María de Guadalupe. Ante su firmeza de hombre cabal, de cristiano convencido, los soldados empiezan a apuñalarlo. Y el joven mártir al sentir heridas sus carnes grita: ¡Viva Cristo Rey! ¡Viva la Virgen de Guadalupe! Fueron las últimas palabras del corazón de José Luis. Siete puñales lo hirieron y mutilaron al borde de su propia tumba. Un tiro brutal de pistola disparado por el Capitán enfurecido por la fortaleza del Mártir, atravesó su frente limpia; y José Luis cayó y quedó envuelto en la Bandera de su propia sangre apretando fuertemente el crucifijo de su rosario.
José Luis quedó en la raya. Daba muestras de que el verdadero amor se prueba con la muerte. Cristo en la Cruz nos había enseñado a amar y a morir. José Luis estaba íntimamente unido a Cristo en la Cruz, en el sacrificio cruento de su propia vida.
José Luis Sánchez del Río había nacido para el Cielo. Los Ángeles entonaron el himno de los héroes; y la Reina de los Mártires lo acogió jubilosa para coronarlo con corona inmortal y conducirlo al trono del Rey.
Años después de su martirio sus restos fueron trasladados a la cripta de la iglesia del Sagrado Corazón del mismo Sahuayo donde nació a la vida terrenal y a la gloria eterna. Allí esperen la venida gloriosa del Rey. Su lápida de estilo catacumbal compara a José Luis con San Tarsicio por su pureza, su juventud, su valor cristiano y su amor a la Eucaristía; y con San Sebastián por haber sido soldado y por su gallardía y viril fortaleza.
Nosotros esperamos, si tal es la voluntad de Dios, que la Iglesia otorgue a José Luis, cuando lo crea conveniente, el honor de los altares.
José Luis, hermano universal
Al terminar la actuación del Movimiento Cristero, algunos hermanos en la causa de José Luis fueron víctima del desaliento ante el aparente fracaso de su vida. Y la desilusión entró en varios espíritus, especialmente juveniles: la niebla de la vida, la oscuridad de la dudas, el misterio de cada vida, todo contribuía a sentir que se había desandado el camino, que todo estaba perdido. Pero el recuerdo ardiente de José Luis ha alumbrado de gracia a no pocas de esas almas.
El rostro alegre de José Luis, el juvenil soldado, El Niño Mártir de Cristo Rey, lo contemplaban muchas veces al mirar al Cielo con los ojos del alma, en la serenidad de una noche llena de estrellas; y se sentía tan lejos, tan lejos de lo que habían soñado.
Un día uno de estos antiguos y valientes cristeros víctima de semejantes turbaciones, fue a visitar la tumba de José Luis. Una lágrima rodó por sus mejillas y floreció en él una vida nueva. Sintió la fuerza de la sangre, de la gracia del Mártir; la grandeza de una vida mejor. Y sigue ahora buscando a José Luis en su camino y va con alegría -entusiasmado con toda sencillez y humildad- realizando todo lo que más puede para construir ese Templo Vivo que pidió Santa María de Guadalupe, el Reino de Cristo, por el cual murió valientemente José Luis, a quien no olvidará nunca, a quien quiere imitar en esta vida, y a quien le espera encontrar en el Cielo.
José Luis en su vida tuvo particular empeño en infundir aliento y entusiasmo a los desalentados, a los que desfallecían en su ideal de entregarse a Jesucristo. Y ahora en el Cielo parece que Cristo Rey le encomienda proteger especialmente a quienes son presa del desaliento en el servicio de Dios, a los que titubean en su ideal de entrega a Jesucristo, de lucha por Dios y por la Patria. José Luis les imparte su asistencia protectora para que enardecidos por su ejemplo, y alentados por su sonrisa vendedora, rehagan sus vidas, recuperen las fuerzas y revestidos de cristiana fortaleza luchen hasta la raya por Cristo.
En su última carta que desde su prisión escribió a su madre, y a la cual nos hemos referido ya, José Luis recomienda a sus hermanos seguir su ejemplo.
José Luis es Hermano de María, de Macario (q.e.g.e), de María Luisa, de Guillermo, de Miguel y de Celia. Miguel sobretodo vivió las mismas epopeyas que José Luis, porque él también fue cristero a los sólo quince años en el campamento de Sahuayo, y había un particular intercambio espiritual entre estos hermanos. Miguel vive unido al alma de su hermano mártir que desde la tumba parece dialogar espiritualmente con él. Sigue su ejemplo.
Pero José Luis es el hermano universal de todos los que unidos vivimos en el mundo para luchar hasta la raya por Cristo, con él.
La voz fraternal de José Luis exhortándonos a imitarlo se escucha aún con el mismo acento. Y todos sus hermanos en Cristo la escuchamos con admiración y cariño. Con la gracia de Dios y la intercesión de José Luis en el Cielo, esperamos cumplirla.
En José Luis Sánchez del Río encontramos un talento, una entereza, un heroísmo superiores a su edad. Su modo de pensar y de proceder nos descubren todo un carácter, un estudiante cumplido y valiente, un cristiano responsable, entero, decidido a todo, hasta dar su vida por Dios y por la Patria.
El Instituto de Operarios del Reino de Cristo desea que sus estudiantes se inspiren en el espíritu y en el ejemplo de José Luis, quien siendo estudiante como ellos, se entregó a Cristo para luchar por sus derechos hasta morir en la raya por Cristo Rey.
Pero existen aún otras razones más especiales para que José Luis esté ligado íntimamente al Instituto de Operarios del Reino de Cristo, y se le proponga como ejemplo y modelo en sus internados:
Un día mientras José Luis pasaba por una población de Michoacán como abanderado del ejército de Cristo Rey, se acercó a él un niño de nueve años, atraído por su irresistible personalidad. El encuentro relatado después por ese niño fue asi:
Entre los recuerdos de mi niñez lo que tengo más grabado, como si hubiera sido una visión sobrenatural, es la presencia de José Luis.
Al llegarme a él para conocerlo, estrechaba contra su corazón la Bandera de Cristo Rey, y con fervor extraordinario hablaba de la Madre de Dios a un joven cristero desalentado, tratando de infundirle entusiasmo para ser fiel a sus compromisos de soldado de Cristo. Me acerqué a él, y obedeciendo a un impulso que no pude contener, le dije:
– José Luis, quiero ser como tú, soldado de Cristo Rey. Quiero ir contigo para llevar también yo esa Bandera.
Sonriendo me contestó:
– Eres muy chico todavía. No puedes venir ahora. Lo que tienes que hacer es rezar mucho por mí y por todos nosotros. Y clavando en mí sus grandes y ardientes ojos con una mirada penetrante, imposible de olvidar, prosigue: A lo mejor Dios te va a querer para sacerdote. Y si tú llegas a ser sacerdote algún día, podrás hacer muchas cosas que ni yo ni nosotros podremos realizar. Así que no te apures. Oye, ¡qué tal si hacemos un trata!
Al aceptar yo, él propone:
Que tú vas a pedir siempre por mí; y que yo pediré siempre por ti. ¿Aceptas?
– Así lo haré. Gracias, José Luis.
– Pues el trato está hecho, concluye José Luis. Venga esa mano. Y estrecha fuertemente mi mano con la suya que portaba el estandarte de Cristo Rey, añadiendo: «ahora hasta que Dios quiera; hasta pronto, o hasta el Cielo»
Conmovido hasta humedecerse mis ojos en lágrimas de admiración y agradecimiento, vi alejarse a José Luis con su compañero para ir a montar sus caballos, pues ya el Clarín daba la orden de proseguir la marcha»…
Esta entrevista que hubiera podido parecer intranscendente a algún espectador superficial y este diálogo que podría tal vez causar la risa de los incrédulos, tuvieron sin embargo, un profundo significado: aquel niño de nueve años que una vez se acercó a José Luis atraído por personalidad irresistible, es ahora sacerdote, y lleva en su corazón los mismos anhelos que llevó José Luis en el suyo como soldado y mártir de Cristo Rey y Santa María de Guadalupe. Anhelos que equivalen a darle a la Virgen Santísima el Templo Vivo que nos pidió en el Tepeyac. Templo que en México se conoce y se ama con el nombre de Reino de Cristo.
Dicho sacerdote es ahora el primer Director del Instituto de Operarios del Reino de Cristo que comparte los mismos anhelos de José Luis y cuyo lema es: «Per Ipsum, et cum Ipso, et in Ipso», «Rengabit a Ligno Deus»
Existe aún otra feliz coincidencia para que el Instituto de Operarios del Reino de Cristo se sienta estrechamente vinculado a José Luis: José Luis deseaba ser sacerdote; y en su alma y en su corazón estaba preparándose para entrar al Seminario tan pronto como terminara la Persecución Religiosa. Así lo atestiguan amigos suyos a quienes él hizo la confidencia en el campamento cristero, y familiares muy queridos de él a quienes confió su secreto en la intimidad del hogar paterno. ¡Dichoso seminario el que hubiera contado con tal seminarista!
José Luis no pudo realizar el gran anhelo de su corazón. Pero Dios aceptó el sacrificio de su vida uniéndolo a sí al Sacrificio del Sacerdote Eterno que ofreció Su Vida en la Cruz para salvarnos.
Como si Cristo Sacerdote y Rey hubiese llevado a José Luis al Cielo para hacerle sacerdote con una ordenación no sacramental, pero sí de deseo y amor. José Luis se fue al Cielo y vive ahora junto al Trono de Cristo Rey pidiendo que surjan legiones de sacerdotes y de apóstoles que realicen lo que él tanto deseaba con todo su corazón: la edificación del Reino de Cristo como Templo Vivo de Santa María de Guadalupe.
El Instituto de Operarios del Reino de Cristo quiere realizar lo que amó el corazón de José Luis Sánchez del Río. Quiere ayudar a construir por numerosos y santos sacerdotes y por fervientes apóstoles el Templo Vivo que la Virgen pide: el Reino de Cristo
La sangre de los Mártires es germen de cristianos. La sangre de José Luis será germen de vocaciones sacerdotales y de apóstoles.
El Instituto pide instantemente a Cristo Rey por intercesión de Santa María de Guadalupe le conceda tener una casa de formación en Sahuayo, tierra gloriosa que vió nacer a José Luis Sánchez del Río a la vida terrenal y a la vida eterna. Tierra bendita donde descansan los restos de este soldado valiente y juvenil que supo amar a Cristo Rey y sufrir por Él hasta el martirio.
A favor del Instituto de Operarios del Reino de Cristo el Santo Padre Pablo VI ha otorgado una significativa Bendición Apostólica firmada por él mismo en el cincuentenario de la proclamación de Cristo Jesús como Rey de México, 11 de enero de 1964.
El Internado José Luis brinda a todos los jóvenes que desean entregarse a Cristo a la Santísima Madre de Dios, los medios para conseguirlo.
En Instituto de Operarios del Reino de Cristo tiene sus puertas abiertas para todos los jóvenes que quieran «darse de alta» en este nuevo y espiritual ejército de Cristo Rey y Santa María de Guadalupe, para realizar espiritualmente los anhelos que llevaron en su corazón José Luis Sánchez del Río y los mártires guadalupanos de Cristo Rey.