Asumir el pasado en el presente y desde ahí reforzar la visión de futuro, ha de ser parte de nuestro quehacer cotidiano, con gran esperanza, la cual es el motor de la historia y su fin.
En el N.13 de la carta del Episcopado Mexicano del 2000, se lee “debemos recurrir a los acontecimientos significativos que están en los orígenes fundacionales. En ellos se pueden reconocer la presencia divina y el suave rocío del Espíritu que fecunda las semillas del Verbo para que florezcan en una cultura vitalizada por el Evangelio…” Así tenemos que recrear nuestra historia particular en cada corazón bajo el dinamismo de la fe que es adhesión a Jesucristo Acontecimiento, centro clave y norma absoluta de toda la Historia.
La Historia recuerda hechos significativos. Para la Historia de la Salvación son momentos de gracia, dones del Espíritu Santo que involucran la respuesta del hombre en la salvación.
Para nuestra familia sacerdotal de Operarios del Reino de Cristo, el Seminario del Sagrado Corazón de Querétaro, tiene su itinerario histórico. Forma parte de nuestra identidad, es parte de nosotros. Será tarea de enamorados, ante de la Iglesia, la Confraternidad y de la verdad histórica, filia temporis, quienes habrán de recoger el paso de Dios en Cristo por la vida de esta Institución para las generaciones presentes y las que la misma Providencia tenga a bien concedernos en el futuro. Es tarea de amor y deber inaplazable.
El hombre está inmerso en la realidad y ésta por su misma esencia es misterial. La persona participa del estatuto del misterio. Acercarse a ella invita a percibir más allá de su rostro, el misterio. Ahí se percibe ese develarse y ocultarse del ser y del aparecer, del ser y del decir, del ser y del vivir, del ser y del amar, del ser y del tiempo, como lo afirma Heidegger. Nos adentramos en el camino de la verdad como alumbramiento y ocultación que se densifica e inscribe en la historia. Esta postura exige despojarse de prejuicios para contemplar a la persona como verdad que acontecen en el ámbito envolvente del amor. “En la experiencia de un gran amor, como decía Guardini, todo se vuelve un acontecimiento dentro de su ámbito.” En la perspectiva de la fe nos colocamos ante la realidad más plena, ante lo real que aparece y que siempre está más allá.
Así queremos ver a la personas que hicieron posible nuestro “ahora” significativo de la historia de Nuestro Seminario.
El hoy del Padre Enrique Amezcua Medina, fue asumido por el Hoy de Dios por su “sí” en Jesucristo Sacerdote, de su ofrecimiento de gratitud a Dios, a la Santísima Virgen de Guadalupe, a la Iglesia, en su sí sacerdotal para que muchas manos levantaran el cáliz de la salvación de la nueva y eterna alianza (Cf Sal 115). Su sí fue su ofertorio sacerdotal de todos los días lo que marcó su caminar para fundar la Confraternidad, fundar el Seminario de Salvatierra y este Seminario Mayor del Sagrado Corazón de Jesús. Sus huellas, son historia de gracia; su compromiso permite nuestro hoy celebrativo que nos abre a seguir sus pasos con pasión para instaurar el Reino de Cristo, siendo sacerdotes, primero seminaristas, según el Corazón de Cristo.
Así, ante la necesidad inmediata y las limitaciones de personal académico y formativo, consideró pertinente que los alumnos del Seminario Menor de Cristo Rey de Salvatierra, continuaran sus estudios de Filosofía y de Teología en el Seminario Conciliar de Nuestra Señora de Guadalupe, de la Diócesis de Querétaro. Así fue pensado y decidido no solo por él, sino por los Obispos Cofundadores, Mons. Abrahán Martínez y Betancourt entonces Obispo de Tacámbaro y de Mons. Pío López y Estrada, entonces Arzobispo de Jalapa. Mons. Pío López era amigo entrañable, compañero en el Colegio Pío Latino Americano de Roma, de Mons. Salvador Septién, virtuosísimo sacerdote queretano, Vicario General de la Diócesis, quien murió en olor de santidad y de quien en vida se cuentan milagros por su intervención; a través de él y por mediación de él se solicitó la fundación de nuestro Seminario Mayor al Obispo de Querétaro, Mons. Alfonso Toriz Cobián, previa solicitud de consentimiento del Cabildo, el cual aprobó por unanimidad dicha petición. Se concede la autorización en el mes de julio de 1965. Se tuvieron diversas estancias: la primera en la antigua Escuela de Música Sagrada, sita en Ocampo y Madero, en lo que son ahora oficinas municipales, frente a Catedral; después en lo que ahora están las dependencias de Cáritas y la Curia Diocesanas, edificio de Teresitas, por la entrada de la calle Vergara y antigua estancia del Seminario Conciliar de Querétaro. De ahí acudían diariamente a las clases del Seminario Conciliar, hasta la fecha, los primeros alumnos de filosofía entre los se cuenta el actual obispo de Huejutla,-quien posteriormente se haría franciscano-, Mons. Salvador Rangel Mendoza, hoy obispo de Chilapa-Chilpancingo, primo hermano de nuestro queridísimo y ejemplar Padre Everardo Mendoza Valencia. Por estos días, el Padre Enrique Amezcua nos comentó que solo contaba con 20 centavos, moneda nacional, para la consecución del terreno y la construcción de Nuestro Seminario. Fue al Templo de la Congregación, segundo templo después de la Basílica, dedicado a la Santísima Virgen de Guadalupe y ahí oró fervorosamente a la Santísima Virgen de Guadalupe, pidiéndole que se pudiera obtener la casa para nuestro Seminario. Se acercó en ese momento la Señorita Lolita Urquiza Septién, quien le hizo diversas preguntas sobre su procedencia y sus propósitos; el Padre comentó haber conocido a su hermano José Antonio, fundador y mártir del Sinarquismo. Lolita, como cariñosamente la llamábamos, trató el asunto con su hermano Ignacio, quien a su vez lo trató con su esposa Carmina González de Cosío, quien vive y conserva un gran estimación por la Confraternidad, y con sus hermanos, y optaron por conceder el terreno actual y sustentó el costo de la construcción del primer edificio inspirado en las granjas, para pollos, como el mismo Padre con risas lo comentaba el Sr. Nacho Urquiza. El 2 de Julio del siguiente año el P. Enrique Amezcua, con algunos seminaristas entre los que me encontraba yo, estuvimos en la Basílica antigua de Guadalupe, con ocasión de la peregrinación al Tepeyac de la Diócesis de Querétaro; en la misa Mons. Alfonso Toriz bendice la primera piedra de nuestro Seminario Mayor de Querétaro. La primera autorización la escribió Mons. Septién por mandato del Señor Obispo Toriz. La autorización ratificada y ampliada por el oficio 870 de la Curia Diocesana sería del 7 de julio de 1967. El Excmo. Sr. Obispo de Querétaro Mons. Alfonso Toriz bendijo nuestro Seminario del Sagrado Corazón de Jesús el 10 de junio de 1971, solemnidad del Corpus Cristi. Los primeros alumnos, treinta y uno, entre normalistas y filósofos , iniciaron su vida en esta casa bajo el patrocinio del Sagrado Corazón de Jesús, ante cuya imagen se consagró Querétaro y México al Sagrado Corazón en el Templo de la Congregación-entonces Catedral-, realizada por el Obispo de Querétaro Mons. Manuel Rivera, el 6 de enero de 1914, misma que preside la vida de nuestro Seminario Mayor. En ese año San Pío X, Papa, había autorizado al Episcopado Mexicano para la consagración al Sagrado Corazón de Jesús . Esta imagen que perteneció a Don Manuel Urquiza Figueroa, estuvo en la Hacienda de Mayorazgo y de ahí fue donada por su Familia Urquiza Septién a la Confraternidad de los Operarios del Reino de Cristo. La jaculatoria, vinculada a esta devotísima imagen, es síntesis oracional de nuestra espiritualidad, “Sagrado Corazón de Jesús perdónanos y sé nuestro Rey, Santa María de Guadalupe Reina de México, ruega por tu nación”, ha sido la clave de inspiración fundacional de nuestro Seminario Mayor de Querétaro, como nos lo enseñó siempre el Padre Enrique, y que en verdad hemos de profundizarla ya que la rezamos diariamente.
Habría que relatar los viajes semanales del Padre Enrique al Seminario de Salvatierra y a nuestro Seminario del Sagrado Corazón, siendo Párroco de la Parroquia de Cristo Rey y Sta. María de Guadalupe, antes Diócesis de Texcoco, hoy Diócesis de Ecatepec. Su atención en todos los capítulos de la vida del Seminario, su cercanía, su orientación, su carácter recio, su gran amor al Sagrado Corazón, su amor filial a la Sma. Virgen de Guadalupe, al sacerdocio, su pasión por las vocaciones sacerdotales, ver la Iglesia y la Confraternidad desde el corazón de los Obispos, Don Abrahán, Don Pío López, Don Martín del Campo, etc. El gran cariño y respeto que le profesaba el Sr Alfonso Toriz, el afecto expreso a Mons. Salvador Septién, a los Canónigos Rafael Herrera y el Rector en ese tiempo del Seminario Conciliar el Canónigo Ezequiel de la Isla. Tendríamos que hablar del inseparable colaborador el P. Everardo y un capítulo aparte para nuestro queridísimo Padre Nicolás Herrera, cuyos restos están en las criptas de este Seminario, ordenado, maestro, colaborador, gracioso, serio, gran latinista, misionero jesuita en la Tarahumara y poseedor de una memoria prodigiosa.
Los seminaristas, ahora sacerdotes que se formaron en esta Casa, los que ahora se forman, y los que habrán de venir, estamos llamados a cumplir con el legado de nuestro Fundador y Cofundadores: solicitud por las iglesias, apoyo a la vida sacerdotal, merecer, suscitar y apoyar a las vocaciones sacerdotales para la Confraternidad y para la Iglesia, sin excluir la vida consagrada, y los laicos para que asuman su responsabilidad de cara al Reino de Cristo, en su ámbito. Gratitud al Padre Enrique, al Padre Everardo, al Padre Nico, y a los Rectores y formadores, a los bienhechores, particularmente a quienes están en los principios, la Familia Urquiza Septién, los Canónigos ejemplares, y amigos sacerdotes y maestros que nos formaron y a todos los que a lo largo de estos cincuenta años ofrecieron sus vidas, sin olvidar a las Madres Guadalupanas de la Reparación Eucarística en la persona de la queridísima Madre Lucha Fernández de Castro y sus hijas; las Madres Carmelitas de San José en la persona de Madre Rosa y Madre Inés. Gracias a Dios, gracias a Ustedes, los muchos que han ofrecido su comprensión y apoyo.
“Sagrado Corazón de Jesús, perdónanos y sé nuestro Rey, Sta. María de Guadalupe Reina de México, ruega por tu nación”.
P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC