-P. Prisciliano Hernández Chávez, CORC.
Hegel considera que el individualismo subjetivista, está vinculado a lo que él llama la conciencia desgraciada. No encontrar la propia identidad en un mundo de grandes confusiones de toda índole, agrava más la situación. Ya Zygmunt Bauman en su análisis sociológico señala a nuestro tiempo de “sociedad líquida”, con una mentalidad ayuna de compromisos y de valorar la institucionalidad. Por otra parte, en años pasados, existía la gran preocupación del ser, que chocaba con la filosofía de la conciencia, propia de la filosofía contemporánea. Ya Karol Wojtyla ante esa oposición del objeto objetivado y la subjetividad de la conciencia desobjetivada, propone ese encuentro de la filosofía del ser y la filosofía de la conciencia en la misma filosofía de la persona. Nos señala una pista grandiosa a seguir para darle una impulso a la ética de la persona y poner en alto su grandeza: cuando se pone en acto de realización en cuanto persona, es el amor lo que permite encontrar la identidad esencial de la persona. Por eso el filósofo Karol Wojtyla, nuestro San Juan Pablo II Papa, ha tenido el mérito de darle ese giro coperniciano a la moral: centrarla en la persona y liberarla de morales casuísticas y juridicistas, sin negar el valor objetivo de los principios, pone el acento en la persona misma. Si la ética es la orientación de los actos en pos de un fin absolutamente último, con sentido trascendente, traslada esa finalidad a la orientación trascendental de la persona. Valora a la persona en la dimensión del ser y de la conciencia. Pero ante la grandeza de este planteamiento extraordinario, nos encontramos ante la aberración de quien determina la verdad según su emotividad, o la situación caprichosa del momento. Si para Skinner el hombre es un animal que se puede manipular, se está en la infravaloración de la persona y se le da la categoría de objeto, así en el mundo del comercio en todas sus dimensiones o de la política con las ideologías pragmáticas o sólo de principios reduccionistas, para lograr el poder; a veces se usa la mentira como instrumento de manipulación. Hasta que no se descubra la verdad, la mentira da poder, sostiene en el poder. Para Lorenz los instintos animales son los importantes, paralelo al “Mono Desnudo” de Desmond Morris. Así podremos encontrar diversos exponentes de la degradación totalizadora de la realidad en la subjetividad que cada cual predetermina según su instinto galopante. En lo que toca de más plenamente humano, la verdad y la formación de la conciencia, se ve completamente trastocada y enloquecida. Se aduce que es el cambio época de la cultura. ¿Será? O llegamos a tocar el lodo, como lo señala Octavio Paz en los “Hijos del Limo”, referido a la descomposición del concepto de lo bello y del arte. Una sociedad sin una conciencia formada en principios éticos trascendentes, toca los límites de lo irracional y destapa el infierno en la tierra. Sin verdades objetivas, sin orientaciones éticas, el ser humano ha llegado al callejón sin salida de la vida y de la historia: asesinatos, crímenes, robos, destrucción del matrimonio y de la familia, y un largo etcétera. El reto que tenemos frente a nosotros es hacer el esfuerzo de la ética, vivir el empeño de luchar por la felicidad, lejos de la idolatría del “ego”, en donde el “otro”, desde su otredad, tenga sitio en nuestro corazón. Quizá el Zorro del Principito, tenía razón: “solo se ve bien con el corazón, lo esencial es invisible para los ojos”. O cuando el Principito le dice a la Rosa “te amo”; y la Rosa le responde “te quiero”, y el Principito le dice que no es lo mismo, porque el amor es más que querer; el querer te deja en el nivel de la posesión, y el amor es más, siempre más, porque valora a la persona en su óptica plena desde el amor de donación total. Entonces la ética suprema de la persona, es el amor y la salida del impasse. La post verdad es manipulación desde el capricho y desde la conveniencia egoísta.