VARÓN JUSTO Y AMIGO DEL SILENCIO

VARÓN JUSTO Y AMIGO DEL SILENCIO

Sí, lo fue San José en su momento concreto, relevante dentro de la historia de la salvación, y sigue siendo hoy, en este final incierto del segundo milenio de la historia de la Iglesia.

San Mateo lo relata con pocas palabras, pero densas de contenido. Le bastan dos pinceladas varón justo (1,19) Es decir, ante todo hombre, varón abierto a la cercanía absoluta de Dios, y necesitado de ella. Pero no un hombre cualquiera, sino uno justo, un hombre de Dios.

La obra de amor divino del Padre le hizo partícipe de su propia naturaleza (2ª Pe. 1,4), y él supo responder a la posibilidad única, gratuita y divinizadora que se le ofrecía.

Ahí es donde hay que cimentar todo lo demás que le honra y le distingue: su nobleza, su eficacia, su laboriosidad, su entrega, su silencio. De forma destacada su silencio. Pocas, pero elocuentes y consoladoras debieron ser sus palabras. Y que atención la suya a situaciones difíciles, en las que, más que frases de aliento, se necesitaban apoyos, se buscaba fidelidad, se ofrecía decisión y valentía.

María su esposa debió encontrar en él, como mujer humilde, un apoyo fuerte. Era la ayuda de José, siempre atenta, delicada y exquisita, la de un hombre afable acostumbrado a penetrar en el misterio. Resonaba en él claramente el eco de una voz, pronunciada en las alturas pero escuchada en la tierra. En efecto, José llegó a garantizar a María, mujer de su tiempo, esposa fiel, Madre del Salvador, la cercanía de Dios. Y le aseguró su presencia, caminando siempre a su lado.

En aquel hogar incomparable de Nazaret, penas y alegrías, gozos y esperanzas, se hacían más compartidos porque la mirada estaba siempre fija en el horizonte azul. Porque el ambiente era de recogimiento. Las posibilidades económicas y edad y gracia ante Dios y ante los hombres (Lc.2,52).

AYER Y HOY

Nuestra Iglesia de hoy, siempre abierta más que nunca al ruido del mundo, necesita  apoyo y comprensión, aliento y acogida. Luz que las tinieblas se disipan solas con la sola presencia de la luz…Y necesita silencio. Mucho silencio. Más silencio. Que buen “ayo” (Persona encargada en las casas principales de custodiar niños o jóvenes y de cuidar de su crianza y educación) San José para llevarnos a todos a este camino como maestro y Guía. Ayudándonos a descubrir y valorar esta actitud de escucha. Este lenguaje divino. Porque Dios sigue hablando, “in absondito”, en el interior de cada uno de sus hijos y en la congregación de todos ellos, es decir, en su Iglesia. Peo ese silencio, que dispone la contemplación, que la facilita, es también lenguaje de Dios. Un lenguaje que Santa Teresa llegó a captar, cuando, en una página antológica del libro de su vida, nos asegura: “Y tomé por abogado y Señor a el glorioso San Josef, y me encomendé mucho a él…

Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado Santo, de los peligros que me ha librado, así de cuerpo cómo de alma; que a otros Santos parece les dio el Señor la gracia para socorrer en una necesidad, a este glorioso santo tengo experiencia que socorre en todas, y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra –que como tenía el nombre del padre siendo “ayo”, le podía mandar-, así en el cielo hace cuento le pide”(6,6).

 

MI Lic. Dr. D. Rafael Palmero Ramos

Vicario General del Arzobispado de
Toledo, España.

1982 Revista Confraternidad

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