Nuestra relación con Dios
El Operario del Reino de Cristo ha de vivir uniendo su vida de oración al ejercicio de su ministerio, como Cristo, cuyo alimento era «hacer la voluntad del que me envió… » (Jn 4, 34); el Operario ha de buscar «unirse a Cristo en el descubrimiento de la Voluntad del Padre y en la donación de sí mismo». Y a los demás, en el ejercicio de su apostolado (PO 14).
La Sociedad buscará, suscitará y descubrirá en el modo más desinteresado, también vocaciones religiosas, aun contemplativas, y las orientará al conveniente instituto o monasterio.
También lo hará de vocaciones seglares, orientándolas a la oportuna asociación apostólica seglar.
La Sociedad cuide también, con especial predilección, mantener contacto con las familias de sus sacerdotes similarmente a las del parágrafo anterior, debidamente adecuadas. Normalmente ellas son las que, respondiendo a la gracia de Dios, han originando las vocaciones de sus hijos; y la Iglesia por medio de la Sociedad ha de mostrarles su mejor gratitud.
La Sociedad puede y debe atraer también a fieles laicos que viviendo en su propio estado y profesión opten por vivir la espiritualidad sacerdotal y misionera de la Sociedad, y por colaborar en el esfuerzo por los fines misioneros de ella, por medio de la oración y del testimonio de vida, del seguimiento espiritual misionero, de la colaboración en los seminarios y centros de formación, en apostolados y campañas especialmente pro-vocacionales, encuentros, visitas y peregrinaciones, aun a centros de misioneros, en ayuda y búsqueda de apoyos económicos.
Nuestra vida fraterna en comunidad
Toda la vida cristiana es don de la misericordia de Dios: en frase de Jesús: «Porque sin mí, no pueden hacer nada» (Jn 15, 5); «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6).
El Operario, consciente de su radical dependencia gozosa de Dios, «porque su vida está escondida con Cristo en Dios» (cfr. Col 3, 3; PC 6), mediante la oración, tendrá por deber primero «la contemplación de las cosas divinas y unión asidua con Dios en la oración» (cann. 276 § 2, 5° y 663 § 1 por can. 734).
Parte esencial e insustituible del carisma es la vida común, no sólo como gran consejo, sino cual estructura institucional, por las mismas razones que formula el Concilio Vaticano II (cfr. art. 54), sobre todo y más esencial y específicamente por las dos mayores: la razón práctica de potenciar el ministerio y la de elemental prudencia de proteger el celibato, sobre todo en situaciones de soledad, razones éstas más urgidas en lugares alejados y de falta de clero, como a los que son enviados los sacerdotes de la Sociedad.
La vida en común es, así, lo más intangible e ineludible de la configuración instrumental o estructural y canónica de la Sociedad (cfr. can. 731 § 1).
Nuestra vida apostólica
Como Sociedad de Vida Apostólica, toda nuestra vida busca ser apostolado, que es «toda actividad (navitas) de la Iglesia y de cada uno de sus miembros, de diversas maneras», «para propagar el Reino de Cristo en toda la tierra para gloria de Dios Padre, y así hacer a todos los hombres partícipes de la redención salvadora, y por medio de ellos ordenar realmente todo el universo a Cristo» (AA 2a).
La Confraternidad, como “Sociedad de Vida Apostólica», busca como finalidad esencial ejercer apostolado ministerial sacerdotal, y sus miembros seglares ayudan, en cuanto esté a su alcance, en el lugar o diócesis pobres del clero, a que estén asignados.
Todo miembro de la Sociedad tenga siempre el desvelo por suscitar vocaciones (cfr. can. 233): en las catequesis, reuniones, conferencias, predicaciones y homilías, dirección espiritual y demás medios. Desde la Curia Regional se cuidará que se organicen retiros espirituales de juventud, que son semillero favorable y eficaz de vocaciones.